Universidad, formación y pasantías
GABRIELA GARCÍA ESCOBAR1
Todo estudiante universitario conoce el cliché que predica que esta etapa de su vida es sólo un paso transitorio hacia la vida laboral y hacia la independencia económica como enfoque único. De lo que quizá no todo joven pupilo esté consciente es de que aquel periodo brinda un conjunto de años de formación, tanto técnica como humana, que difícilmente se podría adquirir de manera diversa, ya que el espacio universitario aparte de propiciar un ambiente ameno para edificar nuevas amistades, convivir con distintas personas y participar en actividades de diferente índole; es además un lugar que busca fomentar que el alumno piense, que desarrolle su curiosidad y apetito por el conocimiento, y sobre todo, su amor por la virtud.
Cada estudiante que ingresa a la universidad llega con la ilusión impaciente de aprender sobre su vocación profesional, pero aquel diamante en bruto ha de pulirse poco a poco para delinear y moldear esas aptitudes, así desentrañar la dirección a tomar para desarrollar la dimensión relacional de cada alumno, y llegar al final del camino, con el resultado de encontrar su propia manera de ser-desde y ser-para los demás desde la profesión del Derecho.
El carácter, las virtudes y los conocimientos necesarios para conseguir esos objetivos y metas, no se obtienen por sí solos o por el hecho exclusivo de ingresar a la Facultad de Derecho, sino que se alcanzan a través de un proceso de maduración y perseverancia que nos permite entender el verdadero significado de ser abogado, concepto que no se agota en conocer y aplicar la ley como autómata, sino en empeñar la propia vida en un proyecto que trascienda a la misma; porque no existe profesión más orientada al servicio que el Derecho (a pesar de que muchos individuos, incluyendo estudiantes y juristas, estén convencidos de lo contrario). En consecuencia, aquella entrega no se puede tomar a la ligera, demandará sacrificio, estudio y madurez emocional; pero aquella semilla que con paciencia y dedicación se ha sembrado, dará ese fruto por el cual el tiempo invertido se habrá convertido en virtud al servicio de una sociedad más solidaria y justa; es decir, en el peldaño de un edificio que quizá no nos corresponderá ver terminado, pero que implica hacer una aportación más allá de obtener un título para satisfacción del propio orgullo, puesto que en lugar de ser una tributo más a la resignación de la comodidad, será una contribución a la esperanza.
El abordaje que cada rama del Derecho hace respecto a estos temas, presenta diversos matices en cada especialidad jurídica. Le corresponderá al ímpetu de cada estudiante elegir su propio camino, o en su caso transitar por vereda, y así allanar el camino para otros. Sin embargo, en el corazón de esa divergencia, hay una médula indispensable de formación que todo jurista, independientemente de su área de profesionalización, debe poseer. Para ello hay diferentes programas nacionales e internacionales que son útiles herramientas, como lo son concursos, diplomados, cursos de verano o simplemente el aprendizaje autodidáctico. Las opciones son numerosas y brindan conocimientos tanto teóricos como prácticos, que apuntan hacia un mismo objetivo: formar al joven estudiante en una simultaneidad de aspectos.
En lo que respecta al área de la praxis, existen pasantías ante distintos organismos internacionales, firmas legales privadas o instituciones de gobierno en otros países. Desde mi trinchera jurídica, una recomendación es el programa de pasantías de verano que ofrece la Organización de Estados Americanos (OEA) con sede en Washington D. C., Estados Unidos de América; el cual consiste en un entrenamiento de tres meses en alguno de sus órganos.
Entre aquellas entidades que conforman a esta organización internacional, se encuentra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Para realizar una pasantía en este órgano, los aspirantes deberán ser estudiantes de derecho o abogados titulados. Dichos postulantes serán seleccionados conforme a su trayectoria académica, profesional y extracurricular. Una vez concluidos los trámites, los jóvenes pasantes deberán presentarse ante las oficinas de la CIDH para un curso de inducción y para determinar el área de trabajo en la que colaborarán durante su estancia. Las alternativas son: atendiendo el sistema de recepción de peticiones, en el cual deberán inspeccionar las solicitudes que cumplen con los requisitos para ser admitidas a estudio, las que requieren mayor información o las que no le corresponde conocer al sistema interamericano; la otra opción es trabajar realizando el análisis de casos en estudio en alguna de las secciones subregionales o en alguna relatoría.
Cada área tiene un supervisor, quienes serán los encargados de calificar el desempeño del pasante que se le ha asignado. Al inicio del programa, dicho funcionario establece los objetivos y tareas que el postulante debe cumplir, así como los términos de tiempo y forma. Adicionalmente, como parte del programa de verano, los pasantes deberán participar en el Modelo Asamblea General de la OEA (MOEA), el cual consiste en una simulación del modus operandi de dicho órgano principal, por lo que a cada participante se le asignará un Estado Miembro para representarlo en el modelo, debatir sobre el tema planteado y aportar soluciones para efectos de crear una resolución. Una vez concluido el periodo de la pasantía, se realiza la entrega de diplomas y de cartas de recomendación conforme al rendimiento de cada joven.
Lo que puedo compartir de mi experiencia trabajando en la Sección Subregional Andina I, es que recibir y analizar casos de los Estados correspondientes a ese sector (Colombia, Ecuador y Venezuela) requiere conocer la cultura, historia, situación política e incluso económica de cada país, puesto que la elaboración de informes de admisibilidad, archivo y fondo, demandan aplicar la jurisprudencia del sistema interamericano desde diferentes acercamientos y empleando un criterio que sopese también elementos ajenos a la arena jurídica, lo cual da como resultado un ejercicio argumentativo que exige más herramientas que las previstas en los sistemas jurídicos positivistas, y que además, implica trabajar en un ambiente multicultural y distinto a la labor convencional del abogado.
El programa resulta ser muy completo y exigente, cada pasante debe cumplir con un mínimo de ocho horas diarias de trabajo de lunes a viernes, además de participar en el MOEA, auxiliar a los comisionados y abogados durante el periodo de sesiones de la CIDH, y asistir a las actividades semanales que consisten en visitas al Banco Mundial, al Banco Interamericano de Desarrollo y a otros órganos de la OEA, entre otras.
Por otra parte, proyectos como el antes descrito, brindan la oportunidad de exigirse a uno mismo, como estudiante, poco más de lo que se pueda encontrar en el plan de estudios, ya que requiere desarrollar la esfera autodidáctica, conocer la actualidad que otros Estados están atravesando, y discernir cómo aquello tiene una relación con el trabajo y formación de cada uno de nosotros. Sin mencionar que por otra parte, Washington resulta ser la capital política de los Estados Unidos, por ende un lugar propicio para entablar relación con otras organizaciones y personas que se desempeñan en tareas similares que resultan muy enriquecedoras como bagaje académico y profesional.
Las pasantías de verano de la OEA son sólo una opción del cúmulo de programas que existen para las diferentes ramas del Derecho. Las oportunidades abundan, se encuentran en el aula, preguntando a profesores, leyendo o hasta fuera de la universidad. Sólo hace falta creatividad, determinarse y “demostrar que se tienen las piernas de jinete” cuando la ocasión llegue.
Desde las primeras etapas de la licenciatura en Derecho, podemos dilucidar el abismo que existe entre el ser y el deber ser de esta profesión, y ante ello sólo nos queda resignarnos o asumir nuestra responsabilidad. La formación que recibimos en la universidad se aprovecha según la disposición del alumno, por ello, considero que conforme a lo reflexionado, resulta razonable colocarnos a nosotros mismos en un plano de exigencia que nos permita hacer de nuestras acciones hábitos y de nuestros hábitos virtudes, debido a que no podemos dar o enseñar algo de lo que carecemos.
Ante este panorama, no nos podemos conformar con asistir a clases y hacer tareas, las actividades extras que nutren y forman el carácter, la razón y la voluntad son indispensables para que el mundo jurídico recupere la auctoritas que ha perdido en la sociedad contemporánea, y así lograr que el abogado se reivindique como instrumento al servicio de la verdad, brindando de esta manera los ingredientes necesarios que hagan de la vida de cada persona una más plena e íntegra.
Hoy en día resulta necesario que el jurista aprenda y transmita lo que significa tener coraje moral, que puedo asegurar es algo que no se encuentra ni en el Código Civil de Jalisco, ni el Código Penal Federal, ni consultando expedientes en juzgados. Después de percibir todas las aristas del Derecho, que la experiencia universitaria sea exprimida por el estudiante hasta su última gota, adquiriendo los conocimientos necesarios para ponerlos al servicio de los demás y teniendo como parámetro la búsqueda de lo auténticamente bueno, bello y verdadero.
Fecha de recepción:26 de enero de 2015
Fecha de aprobación:14 de agosto de 2015
1 Alumna de 9º Semestre de la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana Campus Guadalajara.