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Reseña del acto de reconocimiento a la trayectoria profesional de don José Luis Aguirre Anguiano
por el Capítulo Jalisco de la Barra Mexicana de Abogados


 

KARLA P. GUDIÑO YÁÑEZ1

 

Existe un vínculo arraigado entre la Universidad Panamericana, Campus Guadalajara, y el Capítulo Jalisco de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados: al menos cinco de nuestros profesores y alumni lo han presidido y muchos otros se han involucrado activamente como miembros de su Comité Directivo o coordinadores de sus comisiones de estudio y ejercicio profesional.

La relación es natural, dado que la Barra Mexicana de Abogados y nuestra Facultad de Derecho comparten un alto sentido de la profesión, y afirman los valores objetivos e ineludibles en los que ha de sostenerse.

El pasado 10 de junio, este vínculo se puso de manifiesto en el acto de Reconocimiento a la trayectoria profesional de don José Luis Aguirre Anguiano, entrañable profesor de nuestra Universidad que, en palabras del Mtro. Jorge Torres González, Presidente del Capítulo Jalisco, “ha servido a la comunidad jalisciense en prácticamente todos los ámbitos (creación, ejercicio, investigación, enseñanza y divulgación) del ejercicio profesional del Derecho, destacando siempre en su vida un alto sentido del honor y la ética que corresponden a la dignidad del abogado”.

Este merecidísimo reconocimiento es motivo de celebración para nuestra Facultad de Derecho porque conocemos la persona y la labor ejemplares de don José Luis, pero también debe ser ocasión para renovar el propio compromiso como abogados y fortalecer los cimientos de nuestro ejercicio profesional a la luz de este modelo de integridad.

A continuación transcribimos los discursos presentados en el evento reseñado.

Discurso de presentación de José Luis Aguirre Anguiano en el acto de reconocimiento a su trayectoria profesional

Al encomendarme la presentación de nuestro queridísimo homenajeado, el Capítulo Jalisco me ha concedido un privilegio inmerecido. Miren a su alrededor: encontrarán entre ustedes la autoridad de la cual carezco y constatarán más talento del que yo pueda reunir.

Con esta conciencia procuro cumplir el cometido y estoy ante ustedes luego de haber repasado y repensado a José Luis Aguirre Anguiano, no para hablarle al bronce, sino para mostrarlo de la única forma en que puedo hacerlo, desde la experiencia de su gentil tutela y su inestimable amistad.

El día de hoy vemos consumada una feliz confabulación emprendida en aras de un propósito correspondiente con la vocación jurídica que celebramos: hacer justicia.

En efecto, la gratitud es verdaderamente una deuda cuando no nos es posible devolver, si quiera en proporción, lo que hemos recibido por pura generosidad. Así, podemos asumirla como una forma elevada de justicia, pues entraña el reconocimiento de deberse a otro.

Este es, entonces, un acto de reconocimiento, pero es también una acción de gracias en comunidad por la vida, el trabajo y el ejemplo de José Luis.

Me refiero a él por su nombre de pila porque desde su inquebrantable calidad humana, hace unos años, ante mi propia estupefacción, me forzó afectuosamente a tutearlo y no me ha vuelto a permitir que le adjudique apelativos merecidísimos como “Don” o “Maestro”. No es un mero asunto de epítetos, mucho menos es falsa modestia. Ha sido en detalles como este que he podido comprender cómo se piensa a sí mismo. Ustedes le conocen y saben de lo que hablo.

Traté primero al José Luis académico en las aulas de nuestra querida Universidad Panamericana, donde fui su alumna en el curso de Deontología Jurídica hará ya unos diez años, los mismos que debieron transcurrir para que hoy confiese que le llamábamos (le llamamos) Quijote.

La primera impresión fue, en efecto, la de estar ante un Quijote de corbata. Y es que además de la pinta impecable y las trazas características, nunca he conocido a alguien que practique con tal naturalidad los valores propios de la caballería andante.

De la clase recuerdo un grandilocuente y prometedor temario que nuestro profesor no abordó en términos rigurosos, probablemente con toda deliberación. La asignatura era propicia para suscribir un pacto académico a la medida de nuestras veinteañeras inquietudes, que superara los lugares comunes y sirviera de estímulo a nuestras preguntas, de modo que nuestro maestro despojó al programa de su solemnidad y se dio a la paciente tarea de sembrar virtud en nuestras conciencias.

La lección se desarrollaba a modo de conversación. José Luis nos proponía vívidos problemas jurídicos, muchos derivados de su propia experiencia, en cuyo análisis nuestro incipiente sentido común departía con el humanismo clásico y con colosos modernos y posmodernos. Entre otros significativos ejercicios, nos situó ante el Código de Ética de este insigne Colegio y nos indujo a la exploración de la banalidad del mal desde el pensamiento de Hanna Arendt. Con esta madeja urdió para nosotros una sólida noción de la persona ad alterum, idea constitutiva de una verdadera antropología jurídica, la misma que ha alimentado el fecundo ejercicio de su profesión.

Sin lugar a dudas, la vocación académica de nuestro caballero está enraizada en su tenaz estudiosidad, en su amor a la Verdad y en su excepcional apertura al diálogo. Le he escuchado repetir con insistencia “He aprendido más de mis alumnos que de mis maestros”, y lo cierto es que pocos docentes profesan un interés tan auténtico por las reflexiones de sus discípulos.

Numerosas generaciones de abogados procedentes de distintas universidades hemos asistido a sus cursos de Filosofía del Derecho, Deontología Jurídica, Fundamentos Clásicos de la Cultura Jurídica y Derecho Bancario, y somos testigos de que José Luis da clases como quien comparte una espléndida cena.

En la cátedra va construyendo junto a sus estudiantes el camino de la certeza y permite, casi conmina, a arribar por otro sendero. Atiende siempre al alumno desde su particular calidez pero sin atisbo de condescendencia, y es tal su empatía que uno tiene la impresión de que el maestro desconoce la propia ignorancia. Para revelarnos nuestro cacumen, nos habla como si supiéramos, y cuando un hombre de esta talla nos trata como si estuviéramos a su altura, sólo queda eso: estirar el juicio y en la medida de lo posible, ponerse a su altura. Al cabo, nuestras carencias habrán entrado en acción y casi siempre descubrimos ser más entendidos de lo que sospechábamos; en argot deportivo, hemos superado nuestra marca y toca ascender de liga.

Esta notable labor docente es apenas uno de los recintos en donde nuestro celebrado ha puesto su empeño.

Por más de cuatro décadas, la banca ha sido sede de su ejercicio profesional. José Luis la ha entendido como una institución que debe entregarse al servicio de la justicia distributiva, pues posibilita a las personas participar de la riqueza. En sus propias palabras, si el dinero puede parir dinero, es sólo con el fin de que éste se reparta y aproveche en la edificación de una sociedad más equitativa. A pesar de la mala prensa de la que son objeto los bancos, José Luis tiene en su haber múltiples casos en donde esta realidad se pone de manifiesto.

En el Banco Nacional de México, sirvió como abogado, ejerció de Titular Jurídico Divisional del Occidente, participó nada menos que en el Comité Nacional de Crédito, prestó con toda oficialidad su atinadísima asesoría a la Dirección General y a nadie extraña que figure como fundador del ineludible Departamento de Investigación Jurídica.

Su jubilación en 1995 fue apenas el comienzo de otras muy afortunadas empresas.

A continuación, acompañó activamente los inicios de Bansí, cuyos departamentos y contratos pueden hoy preciarse de su decisiva influencia, y en donde se ha desempeñado como Director Jurídico y miembro del Consejo de Administración.

A propósito del contrato, es éste una figura que le ha atraído particularmente. Filósofo apasionado pero muy aterrizado, encontró en el acuerdo de voluntades una eficaz manifestación de la libertad humana, que en la fórmula pacta sunt servanda empeña la palabra y el esfuerzo para la realización de un beneficio justo, lícito y recíproco, aun en su versión no sinalagmática.

Su labor como Delegado Fiduciario en ambas instituciones le ha dotado de una experiencia poco frecuente en materia de fideicomisos, esos contratos mutantes de amplísimas posibilidades, que parecen sólo limitados por la licitud de su objeto y que José Luis ha empleado con destreza en provecho de incontables causas públicas y privadas.

De talante incansable, el abogado bancario también ha tenido ocasión de poner sus cualidades al servicio de la función pública. Una de sus gestas le ganó en 1997 el nombramiento de Magistrado del Tribunal Electoral del Poder Judicial del Estado de Jalisco, en donde dio cátedra de rectitud e independencia hasta la conclusión del cargo.

Durante un sexenio tomó las riendas de la Dirección Jurídica en la Secretaría de Cultura del Estado, en donde ha dejado un legado que conozco de primera mano y que va más allá de los cuadros heráldicos aún presentes en las paredes de nuestra oficina o de la cafetera sin la cual naufragaríamos fatalmente.

Como les digo, es justamente en la Secretaría de Cultura donde he podido apreciar más de cerca el sorprendente poder transformador de su ejemplo. A punta de una conducción juiciosa pero contundente, José Luis transfiguró una deslucida “unidad administrativa” en un auténtico despacho de abogados al que imprimió todo su carácter.

Mis compañeros y yo conocimos ahí al intachable general que da a sus soldados trato de colegas y se apuesta junto a ellos codo a codo en la trinchera.

Como director, Aguirre es un agudo adalid que sabe encontrar el talento ajeno –a veces tan enterrado- y espolearlo. Naturalmente, había asuntos que sólo el Jefe podía resolver haciendo gala de su elegante mano izquierda y sus versadas consideraciones. Con todo, nunca tuvo empacho en encomendarnos negocios complejos; más aun, nos provocaba a confesar las propias ideas, y en cada comisión nos reveló el insólito depósito de su confianza.

Siempre respetuoso y atento en grado sumo, el Jefe no se andaba con miramientos ante la injusticia. De todos los obstáculos que enfrentó en el servicio público, sólo la injusticia conseguía enfurecerlo y le vimos embestirla con todo su aplomo.

Pero en la Dirección Jurídica no sólo se discutía el derecho. José Luis es, además, un celebrador nato que ofrecía verdaderos festines conmemorativos de logros y onomásticos, a los que propios y extraños éramos convidados. Creo que la primera vez que se dispuso a abrir una botella de vino en la oficina fue un 27 de septiembre, a propósito del aniversario de nuestra independencia. Ante el argumento de que no se bebe en un edificio público, el Jefe sencillamente optó por comenzar a repartir el inofensivo alipús, explicando sin tapujos el patriótico deber de brindar por la ocasión. Esto lo sé de oídas e imagino que aquel incauto censurador no pudo más que beber.

El Jefe prescindía de esa increíble invención de la vagancia humana que es la computadora. En lugar del aparato, se apilaba en su oficina una bibliografía envidiable que inspiraba conversaciones restauradoras de fe.

Ahora que ha vuelto a su Notaría, intuyo que aún no hay computadora, pero de vez en cuando me dan ganas de ir a preguntarle sobre el universo que se alberga entre sus libros y sus historias, al calor de un buen café.

Como podrán advertir, José Luis Aguirre es un gran jurista, pero el ejercicio de su profesión es inseparable de sus convicciones y su conducta. En el abogado, el maestro, el mentor, ciertamente se descubre a quien ha merecido tres nobles condecoraciones, la última investida por un Santo.

Entre otros muchos aspectos enlazados a su oficio, me falta abordar su trabajo en la investigación y divulgación del Derecho, su afecto por las cosas bellas y su compromiso a favor de los más necesitados, pero a falta de tiempo, no quisiera omitir presentarlo desde su mejor semblante.

Hace unas semanas hablé con su hijo José Antonio, ingeniero converso al Derecho, para pedirle el favor innombrable de que me permitiera asomarme al sentir de su familia, y es así que los Aguirre Camacho me han autorizado hoy ser emisaria de las palabras que sólo ellos pueden articular.

Por sus frutos los conoceréis, dice el Evangelio, así que hoy pongo en mi boca lo que los tuyos han compartido conmigo en un acto de enorme generosidad.

Tus hijos y nietos, querido amigo, te evocan en una fotografía de los años cuarenta, del niño Aguirre levantando los brazos al cielo, señalando desde entonces la procedencia de las virtudes que has hecho vida.

Para ellos, eres el cuenta cuentos de la infancia, el héroe y aliado de tus nietas, el admirador de la belleza en éxtasis Stendhaliano, ajeno a todo lo deportivo, pero capaz de esbozar una sonrisilla de satisfacción cuando golea la Real Sociedad de San Sebastián. Cristina afirma que eres el Quijote restándole la locura y a los recelosos increpa “mírenlo de perfil”. María José y Juan Pablo exclaman “¡queremos al gran abuelo!”

En la voz de tu familia, eres las manos que oran, tus sienes bullentes, el hierro vasco y la tierra mojada, la mirada iluminada de un filósofo en acción. Más de cerca, te aluden como el cobijo de su sangre y apellido, el hombre con el fuego del Pentecostés y la cruz en el estandarte, las palabras latientes y la fuente luminosa del faro en mar abierto.

De tu incansable dedicación han aprendido que nobleza obliga, que venimos al mundo a ser felices sirviendo a los demás, que hemos de aspirar a los bienes trascendentales y que la vida no muere, sino muere la muerte.

Todos refieren justicia, nobleza, bondad y belleza. Todos coinciden en tu integridad ejemplar y en la Verdad que está viva en tu interior. Y hablan de ti también en plural, junto a tu guapa mujer, porque, en palabras de Cervantes, les es tan natural a los caballeros ser enamorados como al cielo tener estrellas.

Me quedo corta, pues setenta y tantos años de juventud acumulada, como te gusta decir, y casi cincuenta al servicio de la justicia no pueden contarse de un plomazo.

Espero que puedas reconocerte en esta arenga y que constates cómo nos has hecho a tantos decir lo que el Quijote: “Esto pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de mi caballería; en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos profeso yo.”

Como dicen los tuyos, Koldovica ¡Zorionak!

Discurso de don José Luis Aguirre Anguiano al recibir el reconocimiento a su trayectoria profesional

Aprovecho esta venturosa oportunidad para dar la más cordial bienvenida a su Excelencia, ilustre jurista, Lic. don Miguel Benzo Perea, Cónsul General de España en Guadalajara, recién llegado a nuestra ciudad, anticipándole el mayor de los éxitos en acercarnos, aún más, a nuestra querida España.

Las palabras de la abogada Karla Gudiño Yáñez, cuya preparación jurídica y humanística conozco, desde el principio de su brillante carrera, me han emocionado vivamente pues son fruto del afecto a nuestra Universidad Panamericana y a su profesor que peina canas, pero dichas con tal elegancia y donaire que me obligan a ser, en el tiempo que Dios me preste vida, el abogado que dice que soy y no el que hasta ahora he sido. Va por delante mi cordial gratitud.

Nunca antes había paladeado tanto el sentimiento agridulce de la paradoja, alborozo por el honor que la nobleza de El Capítulo Jalisco, de la Barra Mexicana Colegio de Abogados, se ha dignado concederme y la zozobra por todo lo que como jurista tengo que efectuar, en congruencia con la dignidad adjudicada.

Cuando el joven Maestro en Derecho Jorge Alejandro Torres González me comunicó la inesperada noticia del reconocimiento a mi trayectoria profesional, como Presidente del Capítulo Jalisco de la Barra, acepté en un acto de audacia, lo confieso. Me motivó la atractiva situación de acercarme y encontrarme con este grupo de abogados, firmemente asentados en la ontología y la hermenéutica personalista, del Derecho y la Ética, profundamente enraizada su práctica profesional, como son los integrantes de la Barra Mexicana del Colegio de Abogados, A.C. Ninguna otra asociación profesional, que conozca, se ha preocupado y ocupado tanto como la Barra por el ser y el quehacer del Derecho en este país, cuya cultura me es amada hasta el hondón de mi alma.

El maestro Torres González me hizo recordar a Ortega y Gasset, ya que me colocó en medio de intelectuales. Ser intelectual es una vocación y es un don. Yo tengo la enérgica vocación y quienes me rodean tienen la vocación y el don, que no es otra cosa que el talento.

Volviendo a Ortega, nos aclara que ser intelectual es una manera de estar en el universo. El intelectual ante las cosas: “se hace cuestión de ellas…no está ahí como hace el otro (el no intelectual que simplemente las usa en su provecho), sino que su vida es en servicio a las cosas. Culto a su ser. El culto como lo fueron todos los fuertes cultos es cruento, es deshacerlas, desmenuzarlas, para rehacerlas en su supremo esplendor. Sabe que las cosas no son plenamente si el hombre no descubre el maravilloso ser que llevan tapado por un velo y una tiniebla”. (1)

Y también nos dice el filósofo madrileño, que el primitivo, original y auténtico nombre de la filosofía de la palabra, no era el simple “amor a la sabiduría”, sino el vocablo “a-letheia”, que significa, descubrimiento, patentización, desnudamiento, revelación”, es el mismo significado que después tuvo “apo-kalipsis”, que es además el nombre del último de los 27 libros del Nuevo Testamento, para nosotros los católicos “revelación”. En dicho libro se da la “revelación” de la escatología, la salvación futura, cuyo camino no deja de estar poblado de obstáculos, como los de los cuatro jinetes.

Dejando de lado la pequeña digresión, entremos en un camino que tampoco es una senda fácil, sino llena de veredas y hasta ciénegas y barrizales, el camino del Derecho que como decíamos tenemos que desnudar su ser: “desmenuzarlo para que nos revele su supremo esplendor”, “que lleva tapado por un velo o una tiniebla”.

El Derecho debe estar al servicio de la dignidad humana, cuya esencia es la racionalidad y la libertad, para ayudarle a realizar su proyecto vital, pues como decía Julián Marías, el hombre es: “futurizo”, y ese futuro debe protegerse.

La dignidad humana consiste en considerar a la persona dotada de un valor que la coloca sobre todas las cualidades que el hombre, en tanto que tal, pueda poseer. Ya Sócrates y los estoicos consideraron la dignidad humana sagrada, pero su verdadera consolidación la llevó a cabo el judeo-cristianismo pues al crear Dios al hombre lo llevó a cabo: “a su imagen y semejanza” remotísima analogía, pero que enfatiza vívidamente la libertad e intelectualidad del hombre, con atributos que pertenecen a la divinidad. San Agustín y Santo Tomás darían, entre otras cosas, como fundamentación filosófica a tales particularidades contenido filosófico y en el segundo caso también jurídicos, como la premisa fundamental del jusnaturalismo.

Nuestra labor diaria como abogados, bien lo sabemos todos los que estamos aquí, es la interpretación de las palabras y concretamente la hermenéutica, analizando el texto y el contexto, pero no solamente buscando el sentido de la protección de la norma sino ante todo de la naturaleza humana y sus valores.

El Derecho, vocablo polivalente, nos decía el gran jurista Efraín González Morfín, significa tres realidades diferentes vinculadas entre sí: “el Derecho objetivo o lo justo objetivo, es decir cosa o conducta que se debe a otro; Derecho subjetivo o facultad del titular del Derecho respecto a lo justo objetivo que se le debe y; Derecho normativo o norma que establece tanto lo justo objetivo como la facultad y la obligación en relación con él mismo”. Esas tres realidades se llaman Derecho pero el analogado principal es lo justo objetivo; “no se puede afirmar que lo justo objetivo existe para que haya normas y la gente tenga derechos subjetivos”. (2)

El Derecho debe estar fundamentado en valores jurídicos en cuya cúspide se encuentra la justicia. Leibniz afirmó certeramente que hablar de “Derecho justo” constituía un pleonasmo y “Derecho injusto” era una “absurda contradicción”.

Por más que el concepto del valor justicia sea uno de los más difíciles de elucidar, su comprensión resulta patente, no solo para todo hombre de leyes, sino también para cualquier persona, sobre todo si la justicia falta, y la injusticia ocupa su espacio, entonces sobreviene algo así como el ahogo cuando falta el aire.

El “ius suum cuique tribuere” (dar a cada quien lo suyo) de Ulpiano Es la faena de todos nosotros, en nuestro día a día profesional, ya sea como litigantes, asesores, notarios, legisladores o jueces, que amparados por la seguridad jurídica, nos llevará al bien común.

Mas no sólo el Derecho busca la igualdad, proporcionalidad y armonía de la justicia, de que nos hablaba Luis Recasens Siches, sino también organizaciones profesionales firmemente asentadas en el amor al Derecho, la Justicia y la Paz, con una arraigada filosofía personalista que, la buscan y luchan por ella.

En México la joya de la corona es la Barra Mexicana Colegio de Abogados y su Código de Ética Profesional que nos recuerda a los abogados, que somos “servidores del Derecho y coadyuvantes de la Justicia” e imprime en nuestro pensamiento, con la fuerza y raigambre que los escritores del Siglo de Oro de nuestra lengua castellana, lo ponían como eje central: el honor. En el caso de la Barra Mexicana Colegio de Abogados, el honor y la dignidad que como abogados tenemos, sin olvidar la épica caballeresca y jusnaturalista de la defensa de indigentes que nos ayuda a interpretar la justicia aristotélicamente: “igual para los iguales y desigual para desiguales”.

La ética profesional justifica la existencia de la Barra. La axiología y deontología jurídica forman parte fundamental de su esencia como ente relacional que es y nunca antes se necesita de ella como ahora en que se da la “absurda contradicción” destacada por Leibniz a quien ya me he referido, pues ustedes conocen todos los problemas que sufre nuestra nación, y no es el momento ni hora de precisarlos entre otras cosas por el riesgo de alargar esta intervención.

Malhadadamente, nuestra noble profesión no goza de muy buena prensa debido a dos aspectos: Primero.: Cuando dos partes litigan, teniendo como principal premisa intereses contrapuestos, la parte que no obtiene lo que pretendía culpa de su situación a los abogados, al juez o al jurista que no logró inclinar la balanza a su favor y Segundo: Algunos abogados saliéndose del cauce de la ética han sembrado un desprestigio sobre toda la profesión. Parodiando a Churchill, pero en sentido inverso, a lo que él decía de sus paisanos, cabe afirmar que: “nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos”. Lo anterior ha ocurrido siempre.

Ya en el siglo XIII vivió el primer santo patrono de los abogados, (que muchos santos abogados hay) letrado y sacerdote (1253-1303): San Ivo, de Bretaña, en la Francia del último cruzado Luis IX, San Luis Rey de Francia.

Ivo Hélori, quien estudió Derecho en Paris en la Facultad formada por Robert Sorbon, la posterior Sorbona, fue sacerdote, litigante y juez quien valientemente se enfrentó a los esbirros del nuevo rey, Enrique IV, a quien hizo desistirse de algunas de sus tropelías. Fue un Quijote en defensa de los pobres, viudas y menesterosos, no obstante, a su muerte, cundió un verso irónicamente punzante que decía: “Santus Ivo era brito; advocato et non ladro; res miranda populo”. (San Ivo era bretón; abogado no ladrón, cosa admirable para el pueblo).

Pero lo trascendente de San Ivo, para los que aquí estamos, aparte de su ejemplo, son dos eventos que anteceden la existencia de esta barra, el primero es la fundación de la: “Cofradía de Letrados del Señor San Ivo”, cuyos primeros datos nos llegan de 1542, que era una especie de “antigua barra”, colegio de juristas, dedicados, como la nuestra, a cuidar del ejercicio de la profesión de abogados, basados en un Código de Ética, “el Decálogo de San Ivo”, en la cual campean la honestidad y el amor a la justicia, “pues Dios es el primer protector de la justicia y la honradez”. El abogado, dice el Código de San Ivo, debe amar tanto a la justicia como: “la niña de sus ojos”, (no se a cuál “niña de sus ojos” se haya referido, pero cualquiera de los dos sentidos, su acierto, es fundamentalmente valioso).

La justicia hay que buscarla, como la paz y el amor en plena libertad, escudriñando, investigando, husmeando hasta encontrar en el íntimo rincón del alma la palabra exacta, que no se nos escape, que es la substancia, ingrediente, materia y espíritu de nuestro quehacer de jurisconsultos.

Finalmente quiero recordar a una persona: el primer poeta vivo que conocí ya viejo y fue mi amigo, con su enorme corpachón y larga barba que le hacían parecer un patriarca, y aún me parece escuchar su ronco acento vallisoletano, andaluz y mexicano, pues era un transterrado y aquí en esta Guadalajara que tanto quería, escribió su “Río de Aguas Amargas”, que no fue otra cosa que su vida, como la de todo ser humano….llena de yerros y virtudes. El poeta fue tan apasionado como Ulpiano al referirse a la justicia. Para él las palabras más hermosas de la vida eran: paz, libertad, amor y justicia:

La palabra exacta debe ser vertida en el contrato, en la demanda, en la sentencia, pero debemos buscarla y cuidarla, debemos luchar por ella, que no se nos vaya al sitio cómodo de su querencia, lugar de quietud y reposo, como nos lo dice Pedro Garfias, escuchemos su vivencia, de la lucha y conquista de las palabras, poéticamente dicha, que es tan nuestra como de él:

La palabra se rebela.

si no la cuidas se escapa,

porque tiene su querencia

Te procura.

De noche te asaetea

de día levanta el vuelo

Y se aleja.

La palabra busca siempre

su querencia.

Antes de dormirte todo

hazte el dormido y espera;

cuando llegue, cuídala,

acomódala en su tienda,

que sienta calor y frío,

que se ajuste, que se avenga,

que respire, que se quede.

Y verás, si es que se queda,

cómo suena la palabra

cuando suena…”


Bibliografía

JOSÉ ORTEGA Y GASSET; Obras Completas, Tomo 5; Alianza Editorial, Revista de Occidente 1987; Pág. 514.

EFRAÍN GONZÁLEZ MORFÍN; Temas de Filosofía del Derecho; Universidad Iberoamericana; Editorial Oxford, México 1999; Pág. 34.

PEDRO GARFIAS; “Río de Aguas Amargas”; Editado por: Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco y Embajada de España, Guadalajara, Jal., 1999; Pág.15.

1Abogada y funcionaria pública. Profesora de la Universidad Panamericana, Campus Guadalajara.

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